El maestro es un genuino y natural líder de la sociedad. Así lo recordó, nunca con mejores palabras, Luis Beltrán Prieto, uno de los más esclarecidos del Hemisferio. Y es precisamente ese liderazgo el que reclama con urgencia nuestro país, sumido como está en una crisis de amplias consecuencias. Ductores valiosos hay en todos los estamentos, dirigentes calificados hay en el mundo de la política, en las instituciones, en los gremios, pero socialmente hablando si alguno va más allá de sus propios horizontes es el maestro, cuya presencia es reclamada por todos los sectores, comenzando por los más deprimidos y marginados.
No es posible imaginar la docencia sin aquellos a quienes en primer lugar se dirige. No hay maestros sin jóvenes preparados para recibir sus enseñanzas. Y en el mundo y particularmente en América Latina la recurrencia de los problemas del subdesarrollo ha castigado con especial dureza a la juventud, justamente la llamada a relevar y actualizar el liderazgo. No abrirle un extendido horizonte a los jóvenes, aparte de configurar una situación moralmente injusta, es una forma de suicidio. Los países atentan contra sí mismos si no confían en sus nuevas generaciones o no les proporcionan medios para alcanzar la excelencia.
Es cierto que el proceso de educación va más allá de la relación directa entre estudiantes y docentes, pero también lo es que de las legiones encargadas de enfrentar la pobreza material, moral y educativa el maestro, antorcha iluminada, ocupa la primera línea de fuego. Todos los días son de estos compatriotas consagrados, pero hoy, en el convenido para recordar su hermosa labor social, la Federación Nacional de Sociedades de Padres y Representantes –FENASOPADRES-, dice muy alto: gloria y larga vida a todos los maestros venezolanos.